miércoles, 7 de diciembre de 2011

Injusticias de la Edad Media

Todo escritor que ambiente sus historias en la época medieval no puede dejar de considerar algunos factores que hicieron de este periodo histórico un entorno tan especial sobre el cual escribir y estudiar. La vida no era igual a la nuestra sólo que con caballeros y feudales. Todo era diferente en su forma de vivir. Y el sello distintivo de esta diferencia era la injusticia. Gracias a Dios hoy conocemos y en gran medida respetamos lo que son los Derechos Humanos. Pero en ese entonces la mano venía mas dura:

-Injusticia hacia la mujer:
Ni que hablar de "igualdad de género". Las mujeres eran consideradas auténticamente mucho menos inteligentes que los hombres. Ellas mismas lo aceptaban. Estaban para servir a su hombre y a sus niños. Nada de profesión, desde ya. Se consideraban propiedad del padre primero, del marido después, y se hacia con ellas lo que quisieran. No tenían derecho a decisión sobre aspectos importantes de su propia vida, como con quién casarse. Las violaciones y los maltratos eran moneda corriente. Si llegaban a cometer adulterio el castigo sería terrible.


-Desigualdad entre nobles y plebeyos:

No había aquí solamente una sustancial brecha económica. Los derechos de unos y otros eran diferentes. Por el mismo delito que a un plebeyo le cortarían la cabeza, al noble solo le cobraban, si acaso, unas monedas de multa. Los Señores tenían derecho de acceso carnal a las esposas de sus vasallos el día de la boda. Podían golpear y matar a sus siervos sin ser condenados. Cobraban terribles impuestos por todo y dejaban que los campesinos murieran de hambre mientras ellos nadaban en abundancia.

-Falta de valoración de la vida:
En un medio en el que la muerte era cosa de todos los días (ya fuera por hambre, guerras, crímenes o enfermedades) la vida no era valorada ni cerca de lo que la valoramos hoy. Los niños estaban acostumbrados a presenciar ejecuciones, a encontrar cabezas clavadas en picas, a veces las de sus propios conocidos, y a caminar entre restos humanos en etapas de peste o tras las batallas. Cuando llegaban a adultos, ya eran prácticamente insensibles ante la muerte. Matar no conllevaba grandes sentimientos de culpa, ya que se veía como algo natural. Un "tipo común" seguramente había matado a dos o tres a lo largo de su vida. ¡Y ni que hablar si era un soldado!
En el mismo sentido, la muerte de un ser querido no representaba para los allegados ni la sombra de lo que duele hoy perder a alguien. Estaban acostumbrados. Casi resignados. Por ejemplo a veces no le ponían nombre a los niños hasta que tuvieran 3 o 4 años por la gran probabilidad de que murieran antes de llegar a esa edad.

-Aceptación generalizada de la violencia:
No había ni un atisbo de pacifismo en las masas. Las madres se enorgullecían de que sus hijos fueran a la guerra. Si el rey los convocaba todos los hombres salían gustosos a arriesgar sus vidas y matar en su honor. Los niños se fascinaban con las historias de sangrientas batallas y soñaban con ser parte de ellas. La muchedumbre tomaba parte en linchamientos y masacres, eran capaces de arrojar piedras a los reos y aplaudían los ahorcamientos. No había presión social por un cambio en las altas esferas que conllevara a una vida mas pacifica.

-Crueldad con los esclavos:

En todas las épocas y culturas los esclavos han sido tomados como objetos por sus amos. No se les reconocían los derechos más básicos. Se traficaba con ellos, se abusaba de lo que podían dar, se los explotaba sin piedad. Si a esto le sumamos la barbarie característica de la edad media, podríamos decir que salvo que un esclavo tuviera la buena fortuna de caer en manos de un amo bondadoso, su vida podía ser realmente muy terrible.

-Injusticia con los judíos:

El judío en la edad media estaba confinado a la judería y debía llevar accesorios distintivos que los identificaran como tales. Estaba mal visto que un cristiano tratara bien, ayudara o sonriera a un judío. Los judíos no podían poseer propiedades a su nombre, ni podían tener esclavos cristianos. Circulaban terribles difamaciones sobre los mismos: que crucificaban niños humanos y los comían en pascuas, y que eran los culpables de la peste por haber contaminado los pozos de agua, entre otras infamias. La gente común creía en estas cosas y por lo tanto los odiaba, tanto que los asaltos populares a juderías eran moneda corriente así como las quemas en masa de centenares de judíos a la vez. Matar a un judío no era delito. Incluso algunos reyes, como Carlos V de Alemania, llegaron a crear leyes que otorgaban a cualquier criminal el perdón por todas sus transgresiones, como "premio" en el caso que matara a algún judío o destruyera alguna judería.

-Severidad de la Iglesia:
En aquella época la Iglesia era muy intolerante con todo lo que fueran “herejías” o delitos contra la Fe. Un judío falsamente converso o un cristiano que se convirtiera al judaismo serían víctimas de las llamas. La inquisición utilizaría métodos cruentos para lograr que los acusados confesaran. Torturas peores aún que las previstas por la “Justicia” civil. Lograban por la fuerza que se confesara cualquier cosa que no fuera cierta. Además, cualquier alejamiento de la norma podía ser fatal: acusaciones de brujería, creencias ligeramente diferentes que las que promulgaba el clero oficial. Sangre y muerte les esperaba a todos ellos. El que robara a una Iglesia sería desollado y su cuerpo sin piel exhibido para lección de los demás. Con sólo decir blasfemias podías sufrir terribles tormentos. Sin embargo, si eras noble, podías comprar el perdón por tus pecados a cambio de sumas de dinero. Incluso por adelantado, antes de haberlos cometido!!

-Pestes e ignorancia de los médicos:

Cuando venía la peste, diezmaba de un cuarto a la mitad de la población de cada ciudad en cosa de un mes. El impacto de estas enfermedades era terrible. Los conocimientos “médicos” de cómo curarlas, demasiado primitivos. Hacían sangrías, cauterizaban heridas con hierro candente, untaban ungüentos con excrementos de animales, operaban sin anestesia. De hecho los cirujanos eran los mismos barberos. Los médicos habían armado una teoría errónea en la que todo giraba alrededor de los “humores corporales” y en definitiva no podían curar nada y sólo empeoraban las cosas. Investigar estaba prohibido por la Iglesia y si alguien vendía brebajes a base de plantas o experimentaba con las “medicinas alternativas” de aquel entonces, corría alto riesgo de ser considerado bruja (o hechicero) con las drásticas consecuencias que ya relatamos.

-Gran porcentaje de malvados:
Hoy por hoy, la gente normal no es mala en general. Sólo un pequeño porcentaje de inadaptados sociales, psicópatas e hijos de puta andan por la vida haciéndole daño al prójimo sólo por placer. En la edad media, este número era mucho mayor. Tanto resentimiento había en la gente por las injusticias aquí nombradas, que la violencia, la traición y el odio brotaban por doquier. La excepción era el tipo bueno, aquel sinceramente ético, aquel que no le pegaba al esclavo teniendo la posibilidad de hacerlo sin consecuencias. Tal vez aventuraría decir que el 80% de la gente era tan malvado como el 10%más malvado en la misma ciudad hoy.
Creo que esto se debe en parte a las circunstancias sociales y económicas, que por suerte han mejorado mucho, así como también a una evolución positiva del ser humano como especie.


-Tormentos y castigos inhumanos:

Así como la vida no era lo suficientemente valorada, tampoco lo era la integridad física de los demás. Con tal de castigar, de hacer confesar, o por puro despliegue de poder, eran capaces de maquinar y ejecutar torturas de lo más terribles. Concebían aquellas cosas tan espantosas como parte de la normalidad. Creían incluso que en el infierno, más de lo mismo les aguardaría. Tormentos eternos, dolores inimaginables sin fin.

-Impiedad con los vencidos:

Que cayera una aldea tras una batalla implicaba un festín de sangre y desgracia.
Saqueo y destrucción de las propiedades, cruentos asesinatos de adultos y niños por igual, y por supuesto la violación de las mujeres. Un pueblo podía quedar totalmente arrasado por el paso del enemigo. Vidas enteras destruidas para siempre. Y todo esto perpetrado por la gente común. Por padres, hijos y hermanos añorados por sus familias en algún lugar. Por la media inmoral de lo que era la humanidad en ese entonces, arengada por la sed de venganza de veces anteriores en las que el otro había sido el despiadado para con los suyos.

-Mentalidad irracional:
En medio de tanta ignorancia el pueblo no tenía manera de distinguir lo real de lo inventado, lo razonable de lo incoherente. No tenían referencias sobre qué podía ser cierto y qué no. No podían cuestionar. Eran como un niño inocente al que se lo podía engañar con cualquier cuento chino, y los ostentadores del poder se aprovechaban de esto. Si les decían que una mujer se convertía en búho por las noches y salía volando para asistir a un aquelarre, bien lo compraban. Las amenazas religiosas o paganas por descabelladas que fueran, las creían también. Hombres con patas de venados que eran demonios que violaban a las mujeres. Judíos que envenenaban los estanques... Bulas de perdón... Cualquier cosa de las más ingenuas, aunque parezca mentira, eran creíbles para ellos, ya que no tenían marco de referencia con el cual contrastar, ni conocían la estadística ni el método científico.

Nota para escritores, sobre cómo abordar estos aspectos en sus obras:

Muchas novelas medievales abusan de estas terribles injusticias para sostener sus tramas en ellas. Las escenas pueden ser cruentas, y causar profunda indignación en el lector. Sin embargo yo sostengo que, si bien no sería realista ignorar estas realidades, tampoco es necesario caer en el morbo. He leído libros apacibles, como el de Nerea Riesco, que apenas abordan estas temáticas y lo hacen en forma insinuada y sutil. Ken Follett, por su parte, basa todo el desarrollo de sus novelas en el sentido de injusticia social, pero lo encara desde la lucha por salir adelante, desde una actitud sana y optimista en la que la buena fortuna en definitiva está del lado de las buenas personas, las dificultades se convierten en oportunidades y en definitiva el bien triunfa sobre el mal. Rosa Montero, por su parte, si bien ha sido drástica en algunas descripciones de su “rey transparente”, lo fue por la pasión de denunciar una realidad de nuestra historia, y no por satisfacer el tánatos de los lectores. Mientras que Idelfonso Falcones, a mi criterio, se basa más en estas escenas que en la trama en sí, con lo cual, para el que ya conoce la época se hace un argumento poco fuerte. Yo trato de tener como guía el “buen gusto” dentro de un marco de realismo histórico. No quiero asquear a los lectores ni despertarles terribles odios hacia algunos personajes. El clima de mi novela, aún en semejante época, intenta ser de un transcurrir -a pesar de todo esto-agradable.

Las mesetas del escritor

¿Han oído alguna vez aquello de que, al adelgazar, nos encontramos con "mesetas" que impiden nuestro avance? Se dice que durante estos períodos, por más dieta y ejercicio que se realice el peso se mantiene estable, y que por ello mucha gente tiende a desanimarse y abandonar el esfuerzo. El consejo de los médicos: no rendirse. Seguir luchando aunque parezca que las monedas caen en saco roto, porque no es así. El esfuerzo está sirviendo para superar la meseta, y una vez superada, se seguirá avanzando hacia el objetivo deseado sin más dificultades. Pues bien, lo mismo me ha ocurrido con la escritura. No se por qué pero caí en una meseta. Habrá sido el hito de terminar la primera parte y comenzar con la segunda. Habrá sido mi viaje a USA, y las cuestiones académicas, laborales y de vida que ocuparon mi atención durante estos meses. O quizás fue falta de inspiración. Pero lo cierto fue que desde septiembre y hasta fines de noviembre no toqué una tecla para avanzar una sola letra sobre mi novela. Vergüenza lo mío, no? Sentí que me iba a ser imposible arrancar de nuevo. Pero aquí estoy! Salí al fin de la interminable meseta que me estaba paralizando. Sigo mi camino ahora sin tropiezos, fluyendo como si el tiempo no hubiera pasado. En un par de semanitas, desde que retomé, ¡ya terminé el capítulo siete! Lo importante es que si por un instante la inmensidad de la meseta me hizo dudar de abandonarlo todo, mi amor por mi novela, por mis personajes, y mi fe en lo copada que está la historia que tengo para contar me hicieron descartar al toque esa posibilidad y lo tomé sólo como lo que era: un periodo en el que otras cuestiones asumieron el mando de mi vida, y entonces la inspiración literaria aprovechó para tomarse unas merecidas vacaciones. Pero por suerte ya está de regreso y mi descansada pluma vuelve a transitar por apacibles praderas.